Este post ha sido publicado en larazón.es
¿Recordáis aquella película de los años 80 donde un niño se queda sólo porque sus padres se olvidan de él en Navidad? Pues así me siento yo estos días. Como Macaulcy Culkin. Esperando por donde entran los malos en mi vida y cómo me deshago de ellos. Una cena con mis compañeros, otra con mis amigas, otra con mis clientes, un viaje a Bélgica al desfile de una colección, una venta tras otra….y mi familia perdida.
Si la moda no ha conseguido matarme en 2016, las navidades están a punto de conseguirlo. Por lo menos me voy para el otro barrio con la cena de Nochebuena preparada. Aunque no sé si terminaré cenando sola. Pero estoy segura de que a las profesionales de la moda y de tantas otras actividades les ocurre algo parecido durante estas fechas.
El mundo de la venta vive sus momentos estelares en Navidad. Después de haber superado el esfuerzo del Black Friday, ese nuevo invento americano sobre el que debería de manifestarse Donald Trump. Porque en estos días es difícil no reconocer la labor de los departamentos de marketing a la hora de fijar los precios de las prendas y los regalos. Que suben, bajan, se reproducen, crecen y se rebajan en menos de 15 o 20 días.
Así las cosas, quiero enviaros mi más sincera felicitación. A los blogueros y compañeros de La Razón, con quiénes no podré compartir la copa de Navidad por tener otro compromiso dichoso. A los clientes a quienes no puedo atender como me gustaría estos días. A los proveedores a quiénes les deseo un año 2017 maravilloso y explosivo. A los autónomos a quiénes imagino cada día pendientes de por donde entran los ladrones en su casa y en su empresa. A los necesitados, para los que no tenemos tiempo ni recursos. A los niños que no pueden disfrutar de la vida.
Feliz Navidad.